jueves, 3 de enero de 2008

La filosofía de John Stuart Mill

John Stuart Mill nació en Londres el 20 de mayo de 1806. Era el hijo mayor de James Mill, autor de la História de la India británica y amigo personal de y seguidor de Jeremy Bentham y David Ricardo. Las ideas de estos célebres personajes cercanos a su padre serían fundamentales a la hora de la rigurosa formación de John Stuart.
En su Autobiografía, Mill detalló el método exigente al que fue sometido por su padre para recibir su educación: “No recuerdo cuándo empecé a aprender griego; me han dicho que tenía tres años”. Para los siete ya había leído muchos clásicos en su idioma original. Luego de aprender latín a los ocho años estudió matemática compleja y para los once ya se interesaba en otras ciencias como la física y la química. Como destaca el filósofo Antonio Rodríguez Huéscar, Mill antes de cumplir diez años ya se había convertido en un curioso ejemplar de sabio en miniatura.
“… leí en 1813 los seis primeros diálogos de Platón, el último de los cuales me atrevo a pensar que hubiera sido mejor omitirlo, porque fue imposible en absoluto que lo entendiera”. Para su padre, afirmó, su enseñanza, no sólo exigía de él todo lo que John Stuart podía hacer, sino mucho de lo que no había posibilidad que hiciera. A los doce años entró en otro grado más avanzado del proceso de su educación estudiando lógica y análisis. Luego de un viaje a Francia en 1820 comenzó el período que él mismo denominó como “autoeducación”.
La base de su formación filosófica fue el utilitarismo de Bentham, al que adhirió con entusiasmo en toda su juventud. Con el tiempo algunas conclusiones personales lo llevaron a diferenciarse en varios aspectos del amigo de su padre. Otras grandes influencias fueron para él John Locke, David Hume y los pensadores de la escuela escocesa del common sense.
En 1822 fundó la Sociedad Utilitaria y un año más tarde fue nombrado Examiner de la East India Company, cargo que le brindó una tranquilidad económica.
Publicó en la revista londinense The Traveler su primer artículo de economía a los diecisiete años y empezó a colaborar en la Westminster Review, fundada por Bentham. Entre 1826 y 1828 la lectura de algunos poetas como Wordsorth, le permitieron superar una crisis emocional y le ayudaron a cambiar el rumbo de sus ideas. Por estos días comienza a estudiar a los saintsimonianos y mantiene una larga correspondencia con Comte.
En 1848 aparecieron sus Principios de Economía Política y en 1951 se casó con Helen Taylor, cuya influencia repercutió tanto en su vida espiritual como intelectual. Luego de la pérdida de su esposa siete años más tarde compró una finca cerca de Avignon donde vivió con su hijastra. Entre 1865 y 1868 fue diputado en la Cámara de los Comunes. Murió el 8 de mayo de 1873.
Sus obras más destacadas fueron Sobre la libertad, Pensamientos sobre la reforma parlamentaria, Consideraciones sobre el gobierno representativo, El utilitarismo, La esclavitud de la mujer y su Autobiografía.
Sus textos analizados en este trabajo son Sobre la Libertad (1859), La esclavitud de la mujer (1869) y La Naturaleza (1874), un escrito póstumo no muy divulgado hasta ahora pero necesario para entender sus fundamentos en las otras dos obras donde destaca la importancia de la libertad individual y la igualdad de los sexos.


Sobre la libertad

John Stuart Mill advierte que el objetivo de su ensayo no es analizar el “libre albedrío”, sino la libertad social o civil. Los límites del poder que pueden ser ejercidos legítimamente por la sociedad sobre el individuo. Para el autor se trata de un problema poco tratado, pero esta convencido de que ejerce una seria influencia en los problemas sociales de su época y predice que el análisis sobre este conflicto será vital en el porvenir.
Luego de que los pueblos advirtieron que podrían buscar en sus gobernantes representantes, defensores de sus propios intereses, en lugar de ocupar ellos el rol de meros súbditos, Mill destaca que todavía el totalitarismo podría estar latente. La “tiranía de la mayoría” aparece como uno de esos males contra los que la sociedad debe mantenerse en guardia.
Según el autor la sociedad ejecuta sus propios decretos, los cuales pueden ser imperfectos y equivocados, ejerciendo una tiranía social, que podría llegar a ser incluso hasta más peligrosa que la tiranía legal, ya que a pesar de no poseer sanciones, no permite desconocerla y esquivarla porque está en todos lados. “…penetra mucho más a fondo en los detalles de la vida, llegando hasta a encadenar el alma”.

“No basta con una simple protección contra la tiranía del magistrado. Se requiere, además, protección contra la tiranía de las opiniones y pasiones dominantes; contra la tendencia de la sociedad a imponer como reglas de conducta sus ideas y costumbres a los que difieren de ellas, empleando para ello medios que no son precisamente las penas civiles; contra la tendencia de la sociedad a obstruir el desarrollo e impedir, en lo posible, la formación de individualidades diferentes”.

En el pensamiento de Mill encontrar el límite para la acción legitima de la opinión colectiva sobre la independencia del individuo, es tan indispensable como la protección contra el despotismo político.
Para que un individuo sea libre es necesario que la sociedad no tenga ninguna injerencia en los asuntos que afecten al propio sujeto. Por lo tanto, las personas deben tener el dominio interno de sus propias conciencias, exigiendo la libertad de las mismas en el sentido más amplio de la palabra, la libertad de pensar y de sentir, la libertad absoluta de opiniones y de sentimientos sobre cualquier asunto práctico, especulativo, científico, moral o teológico. Según el filósofo el principio de la “libertad humana” requiere la libertad de gustos y de inclinaciones, la libertad de organizar nuestra vida siguiendo nuestro modo de ser, de hacer lo que se nos plazca, sujetos a las consecuencias de nuestros actos, sin que nuestros semejantes nos lo impidan, en tanto que no les perjudiquemos, e incluso, aunque ellos pudieran encontrar nuestra conducta “disparatada, perversa o errónea”.
No se puede llamar libre a una sociedad, advierte, cuando estas libertades no sean respetadas y ninguna será completamente libre si estas libertades no existen en ella de una manera absoluta y sin reserva. Para Mill cada cual es el mejor guardián de su propia salud sea física, mental o espiritual.
Cuando estas libertades no son respetadas surge un fenómeno en cadena que le quita al mundo la posibilidad de descubrir nuevas verdades: al silenciar a una persona, no sólo están vulnerando su derecho, sino que esa situación aparece ante los ojos de los demás atemorizando o restando el esfuerzo activo de otros individuos de propagar sus ideas. Cuando “los espíritus activos y curiosos” advierten que es preferible guardar para sí mismos sus pensamientos y se adaptan a los demás a la hora de hablar en público se convierten en “puros esclavos del lugar común”.


El despotismo de la costumbre

En uno de los capítulos más importantes de la obra, De la individualidad como uno de los elementos del bienestar, Stuart Mill advierte sobre lo que describe como “El despotismo de la costumbre”. Este fenómeno se muestra por todas partes como un perpetuo obstáculo que se opone al avance humano, ya que atenta contra la inclinación a aspirar algo más de lo acostumbrado, lo que el autor denomina “espíritu de libertad”. Para Mill es vital que el entorno no atente contra las diferentes personalidades ya que estaría siendo proclive a la eliminación de las mismas. A pesar de que cree en el individuo como lo que le da vida a la sociedad, teme que una dictadura moral de un pensamiento mayoritario impida el nacimiento de nuevas verdades desafiantes a lo establecido.
También advierte que el espíritu de progreso no siempre puede ser un espíritu de libertad, pero sí la única fuente de progreso es la libertad, ya que gracias a ella, el progreso puede contar con tantos centros independientes como individuos existentes.

“No nos oponemos al progreso; al contrario, nos vanagloriamos de ser los hombres más progresistas que existieron jamás; pero batallamos contra la individualidad; creeríamos haber hecho maravillas, si todos nos hiciéramos semejantes los unos a los otros”.


La libertad moral y utilitarista

Para el periodista Mariano Grondona en su libro Los pensadores de la libertad, hay respecto al utilitarismo en el pensamiento liberal dos ramas: la ética principista, no utilitaria con Locke, Smith, Kant y Nozik, y la rama utilitaria con Stuart Mill y von Mises. Sin embargo a la hora de justificar las virtudes de la libertad de expresión, en Mill conviven lo moral y lo útil, en términos kantianos, el imperativo categórico y el hipotético.
Por un lado en su introducción de Sobre la libertad, el filósofo británico advierte que es injusto cualquier intento de acallar una voz en particular, tenga lo que tenga que decir. Pero más adelante también destaca sobre el riesgo de silenciar un pensamiento, no solo para el censurado, sino para el resto de la sociedad que puede estar perdiéndose de una posible verdad:

-Si una opinión es silenciada, existen posibilidades de que sea verdadera, por lo que negarlo equivaldría a afirmar la propia infalibilidad.

-Aún cuando la opinión reducida al silencio fuera un error, podría contener (para Mill algo que ocurre en la mayoría de las veces) una parte de verdad que se estaría perdiendo la oportunidad de conocer.

-En el caso de que una opinión heredada por generaciones sea verdadera al no ser discutida vigorosa y lealmente se la profesará como una especie de prejuicio sin comprender los verdaderos fundamentos racionales, por lo que correría el riesgo de perderse o debilitarse.

“Silenciar una opinión es robar a la humanidad, porque, si esa opinión es verdadera se roba a la humanidad una verdad, y si no lo es, se roba a la verdad la mayor fuerza que hubiese obtenido gracias al choque la colisión con el error”.

Para ejemplificar la fortaleza que brinda el debate y su necesidad Mill cita al poderío de las Iglesias y se pregunta por qué son tan fuertes al momento de nacer y durante sus primeros años, mientras que con el paso de los siglos apenas se mantienen y hasta pierden espacio. Su respuesta es que tuvieron que luchar al principio porque tenían la necesidad de competir. Cuando esto ya no es vital para la subsistencia, las ideas que antes estaban siendo juzgadas por el debate se convierten en verdades oficiales.
Al reconocer que todas las opiniones y estilos de vida deben tener la misma posibilidad de ser expresados en libertad, Mill está en sintonía con Karl Popper (por lo menos en este aspecto, ya que desde La miseria del historicismo éste marcó varias diferencias entre ellos) al no abrazar una verdad como definitiva y a seguir sometiendo a juicio, ya sea por medio del debate –Mill- o del método hipotético deductivo –Popper-, a estar abiertos ante la posibilidad de conocer una verdad mejor en un futuro cuando el espíritu humano sea capaz de recibirla y mientras esto ocurra, estar tranquilos con la mejor verdad que se esté capacitada para entender en el presente. La evolución de las ideas para Mill tiene lugar cuando se pasa de un estado de menor libertad a uno más libre.

“El despotismo es un modo legitimo de gobierno tratándose de bárbaros, siempre que su fin sea su mejoramiento, y que los medios se justifiquen por estar actualmente encaminados a ese fin. La libertad, como principio no tiene aplicación a un estado de cosas anterior al momento en que la humanidad se hizo capaz de mejorar por la libre y pacífica discusión. Hasta entonces no hubo para ella más que la obediencia implícita a un Akbar o un Carlomagno, si tuvo fortuna de encontrar alguno”.

La obra y el autor

John Stuart Mill había pensando inicialmente en Sobre la libertad como un corto ensayo filosófico en 1854, pero con el tiempo sus constantes revisiones y correcciones lo convirtieron en el tratado de filosofía que conoció el mundo cinco años más tarde cuando murió su esposa, Helen Taylor, de una afección pulmonar. Ella fue una gran influencia en su vida a la hora de pensar los derechos civiles y las libertades de los individuos. Juntos lo leían y lo volvían a guardar para volver al texto una y otra vez antes de que salga a la luz. La última revisión que le hicieron fue en el invierno de 1858.

“Después de mi pérdida irreparable, uno de mis primeros cuidados fue imprimir y publicar el tratado, mucho del cual fue obra de la que he perdido, y consagrarlo a su memoria. No he hecho adición ni alteración ni la haré nunca. Aunque falte el último toque de su mano, nunca la mía intentará substituirla”.

En su biografía el autor confiesa que Sobre la libertad fue básicamente una producción que realizó junto a su amada esposa y reconoce, que además de ser el escrito al que más atención le brindó, no hubo una sola frase la cual no hayan discutido juntos.
Una de las principales ideas del libro, la discusión de las ideas en libertad e igualdad para llegar a verdades mejores, Mill destaca que en su vida personal fue lograda a lo largo de su relación con Taylor. Reconoce que por su mera condición de hombre pudo haber ejercido en algún momento abusos de autoridad contra ella y el hecho de no hacerlo, y filosofar junto a su mujer en condiciones de igualdad, le brindó un panorama más amplio haciéndole conocer “nuevas verdades” y librándolo de errores.
Para Mill, esta obra en particular sería trascendente en el tiempo, porque la “confusión” del espíritu de su esposa junto al suyo ha hecho de él un texto filosófico de una verdad única, a la que los cambios que progresivamente se suceden en la sociedad moderna tienden a dar relieve más vigoroso: “la importancia para el hombre y la sociedad de una gran variedad de caracteres y de dar plena libertad a la naturaleza humana para expansionarse en direcciones innumerables y confluentes”.


La experiencia y la tolerancia ante la naturaleza como bases para la sociedad

Dentro del pensamiento de John Stuart Mill la experiencia es el único medio para poder abandonar lo que considera las “falsas costumbres” que atentan contra el individuo y la potencialidad de su personalidad. Para que el hombre logre rectificar sus errores, es necesaria la experiencia que se logra exclusivamente en un ámbito de discusión de las ideas. Mill no encuentra en la “naturaleza del hombre”, la capacidad de enmendar sus errores por medio de un aprendizaje natural que pueda llevarse a cabo lejos del debate entre personas con diferentes posturas que compitan libremente por la aceptación y la supervivencia de las mismas.

“Ningún hombre sabio pudo adquirir su sabiduría de otra forma, y no está en la naturaleza del espíritu del hombre el adquirirla de otra manera. El hábito constante de corregir y completar ideas comparándolas con otras, lejos de producir dudas y vacilación, es el único fundamento estable de una justa confianza en todo aquello que se desee conocer a fondo”.

De esta manera se diferencia de la naturaleza humana aristotélica donde la polis era producto de la búsqueda natural de los hombres que formaban familias y luego aldeas. Para Aristóteles “la ciudad es una de las cosas más naturales y el hombre, por su naturaleza es un animal político o civil”. En La política, le dedicó un capítulo a la esclavitud donde afirmaba que existen, desde el momento en que nacen, seres dedicados a mandar mientras que otros lo están para obedecer. Para Aristóteles se trata de una “condición que la naturaleza impone a todos los seres animados”. A pesar del tiempo que separa a los autores, John Stuart Mill esta convencido que la justificación equivocada en nombre de la naturaleza nunca dejó de estar vigente.

La Naturaleza: “Fuente de falsos gustos, falsa filosofía, falsa moralidad, e incluso falsa jurisprudencia”

A pesar de que a la hora de analizar el pensamiento de Mill usualmente se destaque su crítica a la “naturaleza humana”, el autor escribió un texto completo dedicado a la Naturaleza en sí misma. En sus páginas argumenta como ese ámbito no puede ser nunca considerado como un modelo moral para las relaciones sociales. A pesar de que escribió este tratado entre 1850 y 1858, sus constantes revisiones y correcciones demoraron su llegada a la imprenta hasta el año de su muerte en 1873 y su salida a la luz recién se pudo dar de manera póstuma un año más tarde.
Según el filósofo británico las palabras que se derivan de “Naturaleza” etimológicamente, han ocupado en todos los tiempos un lugar importante en los pensamientos de la humanidad. Si bien no le llama la atención que así haya sucedido a lo largo de la historia, “por lo que representan en su primitivo y más obvio significado”, lamenta que lo que considera sólo “un conjunto de términos”, desempeñen un papel tan enorme en el ámbito la especulación moral y metafísica.

“Las palabras han llegado a enredarse en tantas asociaciones que le son extrañas –la mayoría de ellas de carácter muy poderoso y tenaz-, que han venido a suscitar y a ser símbolos de sentimientos que el significado original no podría justificar en modo alguno, y que han hecho de ellas una de las fuentes de de falsos gustos, falsa filosofía, falsa moralidad, e incluso falsa jurisprudencia”.

La Naturaleza es una obra muy ligada a Sobre la Libertad, ya que en sus páginas el autor revela la falta de sustento que poseen las doctrinas que intentan suprimir a los individuos con costumbres, gustos y posturas diferentes a las de la mayoría, argumentando la “naturalidad” o la “antinaturalidad” de las cosas, como todavía ocurre hoy en día. En nuestro país recientemente una legisladora defendió un proyecto que permitía la unión civil para personas del mismo sexo y el debate en el recinto con sus colegas se basó básicamente en los mismos términos que escribió Mill en el siglo XIX: sus opositores argumentaron el desconocimiento de las “leyes naturales” que habían organizado las células fundamentales de la sociedad. Este grupo de diputados eligió a la hora de oponerse al proyecto describir la unión civil como “contraria a la naturaleza humana”.

“Aunque quizá no pueda ahora encontrarse a nadie que, como los autores institucionales de otro tiempo, adopte la llamada Ley de Naturaleza como fundamento de la ética y trate consistentemente de razonar a partir de ella la palabra Naturaleza y sus afines deben aún encontrarse entre las que tienen un gran peso en la argumentación moral.”

“Si puede decirse con algún grado de plausibilidad que la naturaleza impone algo, la conveniencia de obedecer esta imposición es considerada cosa clara por la mayoría de la gente; y al contrario: la imputación de que algo es contrario a la naturaleza, se considera que cierra ya la puerta a cualquier pretensión de que lo que así se designa sea tolerado o excusado; y la palabra
antinatural no ha cesado de ser uno de los epítetos más vituperiosos del lenguaje”.

Mill no sólo se opone a buscar en la Naturaleza un sistema que rija el comportamiento y las relaciones humanas, sino que propone darle la espalda en virtud de la razón del pensamiento del ser humano autónomo y libre. Para él seguir el comportamiento natural sería dar rienda suelta a todos los impulsos espontáneos, lo que equivaldría a caer en un estado de barbarie intolerable. El comportamiento de los animales salvajes, el horror que acompaña las plagas, tormentas, inundaciones u otros desastres naturales, llevan al autor a la conclusión que ni siquiera los peores hombres podrían cometer jamás actos tan atroces como los que en el mundo natural se cometen constantemente. Por lo tanto, para Mill, el curso de la Naturaleza no es para nada apropiado para que los seres humanos lo imiten.

La virtud antinatural

Siguiendo a David Hume, Mill le da importancia a los logros obtenidos en el largo plazo a costa de sacrificios actuales. Para el filósofo el autocontrol de sacrificar un deseo presente para lograr un objetivo distante se trata de una acción que es absolutamente antinatural para el ser humano “no-disciplinado”.
Otra virtud “artificial” según Mill es la limpieza: “¿Puede haber algo que sea más enteramente artificial?”, se pregunta. En su tratado afirma que sólo los niños y las clases inferiores parecen vivir tranquilamente en suciedad, mientras que solamente una minoría se escandaliza por eso, por lo que llega a la conclusión que la basura sólo molesta a quienes han vivido en una situación tan artificial como para no estar acostumbrados a ella en ninguna de sus formas. “De todas las virtudes, la limpieza, es la más claramente no-instintiva; es por el contrario un triunfo sobre el instinto”, afirma.

“Pienso que sólo en una condición altamente artificializada de la naturaleza humana surgió la noción, o pudo jamás haber surgido la noción de que la bondad era natural; pues sólo tras un largo proceso de educación artificial llegaron los buenos sentimientos a ser tan predominantes sobre los malos como para brotar espontáneamente cuando la ocasión lo requería”.

Para Mill cuando el ser humano cava, ara, construye y se viste, viola varios mandatos naturales. La construcción de puentes, los pararrayos y los diques son para él logros contra la naturaleza y no producto de la misma. La tarea del hombre, entonces, pasa a ser la de “corregir o mitigarla”, en lugar de imitarla o inspirarse en ella para establecer las bases de la vida en sociedad.
En su tratado advierte que las ideas que afirman que el hombre “debe” seguir las leyes de la naturaleza carecen de sentido, ya que el hombre no puede hacer otra cosa que no sea seguirlas; porque todas sus acciones son realizadas por medio de muchas leyes físicas o mentales de la naturaleza. Pero destaca que la doctrina que afirma que el hombre debe basar su comportamiento inspirado en las leyes naturales es irracional e inmoral.
Irracional, porque toda acción humana para Mill consiste en alterar y toda acción útil en mejorar el curso espontáneo de la naturaleza.
Inmoral, porque el curso de los fenómenos naturales, al estar repleto de todas esas cosas que, cuando son cometidas por seres humanos, merecen ser aborrecidas. “Cualquiera que tratase de imitar con sus acciones el curso natural de las cosas, sería visto y reconocido universalmente como el más malvado de los hombres.”


La esclavitud de la mujer

Durante el siglo XIX en Europa todavía se hacían argumentaciones absurdas acerca de la superioridad del hombre sobre la mujer. Algunos “especialistas” defendían sus posturas por medio de argumentos físicos y genéticos. A muchos de ellos Stuart Mill les respondió desde La esclavitud de la mujer, donde resaltaba, por ejemplo, que si por el peso del cerebro se determinaría la capacidad “una ballena sería más inteligente que el hombre”.
Para ilustrar las posturas retrógradas con las que Mill debatía en su época podemos citar al escritor catalán Pompeu Gerner quien aseguraba que a diferencia del hombre “la mujer no es un ser completo; es sólo el instrumento de reproducción destinada a perpetuar la especie, mientras que el hombre, el generador de inteligencia, es el encargado de hacerla progresar”.
En esta obra John Stuart Mill argumenta porque las relaciones desiguales entre los sexos en nombre de la ley son “malas en sí mismas” y forman uno de los principales obstáculos para el progreso de la humanidad.
Para el autor la desigualdad debería substituirse por una “igualdad perfecta” sin privilegio ni poder para un sexo ni incapacidad alguna para otro. Mill sostiene que esta desigualdad está arraigada a un sentimiento y no a la razón. Si la misma estuviera sostenida por el raciocinio, afirma, al refutarla los fundamentos del error quedarían quebrantados. Por lo tanto, mientras el sentimiento subsista, no le faltarán argumentos para defenderse.
La situación de inferioridad de la mujer que cuestiona “no descansa sino en teorías”, sin la posibilidad que se hayan ensayado otras. La adopción del régimen de la desigualdad para Mill no ha sido fruto de la libre deliberación del pensamiento, sino que proviene desde los primeros días de la sociedad humana cuando la mujer fue entregada como esclava al hombre a quien no podía resistir dada la inferioridad de su fuerza muscular.

“Los individuos que en un principio se vieron sometidos a la obediencia forzosa, a ella quedaron sujetos más tarde en nombre de la ley. La esclavitud, que al principio no era más que cuestión de fuerza entre el amo y el esclavo llegó a ser institución legal, sancionada y protegida por el derecho escrito”.

Para Mill, al momento de su tratado, la esclavitud de la mujer, aunque “más blanda” continuaba vigente. Los ámbitos donde esta sumisión se ejercía de manera más violenta, además de las diferencias legales y los prejuicios cotidianos, son para él la política, ya que las mujeres no tenían participación y el matrimonio, donde llegan a sufrir peores situaciones de esclavitud que los mismos esclavos: “No es mi propósito afirmar que las mujeres no sean en general mejor tratadas que los esclavos; pero sí digo que no hay esclavo cuya esclavitud sea tan completa como la de la mujer”.

La naturaleza de los sexos

En el quinto capítulo del libro plantea la imposibilidad de analizar la naturaleza de cada sexo mientras se la observe en las recíprocas relaciones tradicionales. Para el filósofo británico la única manera de poder realizar un análisis comparativo sería estudiando sociedades compuestas de hombres sin mujeres, de mujeres sin hombres, o de hombres y mujeres sin que éstas estuviesen sujetas a los hombres. Ante la imposibilidad de un estudio semejante, para Mill es imposible saber algo positivo acerca de las diferencias intelectuales o morales que puede haber en la constitución de ambos sexos.

“Lo que se llama hoy la naturaleza de la mujer es un producto eminentemente artificial”.

El beneficio de la libertad

Al momento de escribir su tratado en defensa de la igualdad de oportunidades para ambos sexos, Mill advierte que las capacidades y aptitudes escasean: la oferta de sujetos aptos es totalmente inferior a la demanda, por lo que recomienda abrir el juego a las posibilidades que pueden venir de la mano de las mujeres.
Concedida la libertad para ellas, permitiéndoles elegir libremente la manera de emplearla, abriéndoles los mismos horizontes y ofreciéndoles iguales premios que al hombre, asegura, se duplicaría la suma de facultades intelectuales que la humanidad utiliza para su servicio. Por lo tanto aumentaría la cifra de las personas que trabajan en bien de la especie humana.

“No veía yo ninguna razón plausible para que las mujeres estuviesen sometidas legalmente a otras personas, mientras no lo están los hombres. Me hallaba persuadido de que sus derechos necesitaban defensores, y que ninguna protección obtendrían mientras no disfrutasen, como el hombre, el derecho de hacer las leyes que han de acatar. La comunicación con la señora de Taylor me hizo comprender la inmensa trascendencia y los amargos frutos de la incapacidad de la mujer, tal cual he probado a mostrarlos en mi Tratado de la esclavitud de la mujer”.

*TRABAJO REALIZADO PARA LA CÁTEDRA DEL PROFESOR ENRIQUE AGUILAR. MAESTRÍA DE CS POLÍTICAS Y ECONOMÍA. ESEADE

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